miércoles, 28 de noviembre de 2012
sábado, 24 de noviembre de 2012
martes, 20 de noviembre de 2012
domingo, 18 de noviembre de 2012
Crítica para POIESIS TEATRAL
¿Cuál es ese mundo? Pregunta no tan fácil de responder. Es
un mundo singular, raro, opaco, difícil de captar, lejos del mundo
"real", en el borde de lo humano, más próximo al sueño/soñar. Mundo
poético a medio camino entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo
no-humano; mundo de objetos, mundo materia, mundo memoria... Es el mundo
habitado por Trinity, por "afrancesada madre" y por "el
especialista". También por un hermano. También -y sobre todo- por los
objetos y su persistente presencia que lastima.
¿Quién es esa chica? ¿Está viva o está muerta? ¿Es humana o
muñeca? ¿Muerta en vida? Así dice el especialista varias veces en el
texto, anoticiando a la madre: Señora, señora... su hija sufre una grave enfermedad, está muerta, muerta en vida... ¿Y
cómo hacer para que una muerta en vida no termine de morir, no se
muera"de verdad", no se vaya de este mundo/materia? ¿Cómo anclarla con
objetos, fijándola aquí, de este lado de la vida? ¿Cómo evitar que
finalmente muera para al fin vivir?
Uno (uno=yo=¿el espectador?) logra reconstruir las piezas y armarse
algo así como un relato, como una sinopsis de la sinopsis y puede
escribir cuatro líneas en las que decir-se, en la que contar-se lo que
acaba de presenciar. Y acaso ese ejercicio tranquilice nuestra
tendencia, nuestra urgencia de "entender" y de nombrar. Pero eso es casi
un proceso posterior a la experiencia. Vamos un paso atrás, un poco
antes. A los cuarenta minutos "reales" de coexistir en el mundo de Trinity.
Las lágrimas que me tragué es un espectáculo que cuenta con
un punto fuerte fundamental, con una viga maestra que sostiene la
experiencia y que constituye el polo de atracción y teatralidad del
mismo: la actuación/performance de Marina Castillo dirigida por Ezequiel Matzkin.
Hay un trabajo de actuación minucioso y preciso, un código que se
percibe -arbtrario como todo código- en el lenguaje del cuerpo, de los
gestos, de los tonos. Toda una serie de recursos y posibilidades
expresivas puestas en juego por la actriz y muy hábilmente conducidas
por el director. La no-ilustración de la palabra con el gesto de modo de
evitar subrayados, los caminos paralelos y disociados de ambos
lenguajes (verbal y no-verbal), lo mecánico de ciertos gestos, el
trabajo de reiteración y circularidad en texto y cuerpo, todo ello hace
parte de una serie de mecanismos en los cuales se verifica que se ha
trabajado e investigado de a dos y en profunda comunión y se ha
producido un encuentro creativo que como resultado permitió dar a luz un
universo y una propuesta estética/poética/dramática.
El espacio, la luz, la música, los objetos... arman un sistema, un
verdadero dispositivo escénico, elemental, efectivo, sencillo, dinámico,
bello que logra crear el marco, el espacio, la habitación, el cuatro
propio para la existencia de esta mujer-niña-muñeca-ente.
El texto es complejo, áspero, muy poco transparente y "entrar" allí
no es tarea fácil. No es -opino- críptico ni arbitrario, pero tiene
momentos donde el lenguaje trabaja tanto sobre sí mismo, fuera de toda
función referencial y más cargado en la función poética-sonora, rítmica
que corre el reisgo de expulsar, de volverse refractario a los posibles
deseos de "claridad". Momentos donde lo que parece primar es una
"lógica" de texto surrealista (y en los cuales la actuación va, en
paralelo, construyendo su propio lenguaje surrealista -no es la palabra
más feliz para nombrarlo, lo reconozco- muy eficazmente). Otros momentos
son como una especie de "soga" tirada a tiempo para que el espectador
no desepere ni se rinda y pueda construir el mundo de esta mujer y
entender la historia de ella y su afrancesada madre y su
espacialista/padrastro y la decadencia de una familia de
estancieros/tamberos devenidos en des(h)echos de la nada, en objetos
arrumbados, en colección de recuerdos descascarados, en palabras que no
logran siquiera pronunciarse del modo adecuado.
Las lágrimas que me tragué pide un espectador atento,
creativo, espectante, que quiera experimentar un momento fuera del orden
de lo real y lo cotidiano y sumergirse en una teatralidad poética,
surrealista, potente, construida con talento y asentada principalmente
en el diseño adecuado del espacio escénico y en el trabajo de
constrrucción poética que una actriz plena de recursos logra desplegar a
partir del trabajo de un director sensible a la tarea creativa de la
actuación.
Última función este sábado a las 22.30 en Vera Vera.
Se merece despedida a sala llena de esta temporada 2012. Para los que
buscan teatro fuera de lo más transitado o más convencional, de
actuación potente y mundo poético, recomiendo reservar entradas y ir al
encuentro de Trinity, la mujer-niña-muñeca, la muerta en vida,
la atrincherada mujer que resiste el embate del mundo material y que
quiere vivir y que quiere una vez, en el minuto final, no tragarse la
lágrimas sino compartirlas a modo de despedida.
Christian Lange
POIESIS TEATRAL
martes, 13 de noviembre de 2012
martes, 6 de noviembre de 2012
lunes, 5 de noviembre de 2012
sábado, 3 de noviembre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
“Es una obra poética y con un humor sensible”
MARINA CASTILLO, ACTRIZ
–¿Cómo surgió la creación de tu personaje?
–El personaje salió a partir de la idea que tuvimos con Ezequiel Matzkin, el director y coautor de la obra, de una persona que está muerta en vida y necesita imperiosamente cambiar esto. Es por eso que se viste de fiesta para su funeral, es verborrágica y melancólica a la vez, por la ansiedad que tiene de transformar su existencia.
–El personaje salió a partir de la idea que tuvimos con Ezequiel Matzkin, el director y coautor de la obra, de una persona que está muerta en vida y necesita imperiosamente cambiar esto. Es por eso que se viste de fiesta para su funeral, es verborrágica y melancólica a la vez, por la ansiedad que tiene de transformar su existencia.
–¿Cuál es la modalidad de trabajo que utilizás?
–En principio, mis personajes siempre se van armando desde lo estético, cómo se viste, cómo habla, cómo camina, cómo se llama, etc., y a partir de ahí recién empiezo a pensar la historia del mismo.
–¿Cómo recibe la obra el público?
–El público la recibe muy bien, el principio es medio raro pero poco a poco se va develando de qué va. Es poética y con un humor sensible, eso gusta en general.
–¿Cuál es tu próximo proyecto?
–Me acaban de confirmar que estaré en Ley primera próxima, película de Diego Rafecas. Por otro lado, en proceso de creación de otra obra que estoy escribiendo y ensayando a la vez con una gran actriz que es Carolina Molini. Y presentando un espectáculo de humor que se llama Primero calmate. Además de continuar con Las lágrimas que me tragué.
lunes, 29 de octubre de 2012
viernes, 26 de octubre de 2012
CRITICAS
El
arriesgado texto da como resultado una pieza única e imperdible.
JULIA PANIGAZZI
Con
humor sensible, a veces desconcertante, las lágrimas que me tragué es una obra
que instala una pregunta difícil de responder en un mundo superpoblado de
objetos que generan dependencia.
CECILIA HOPKINS
Una propuesta absolutamente fantástica y onírica.
ARTURO LODETTI
Este
personaje interpretado con mucho humor y gran riqueza expresiva por Marina
Catillo, va generando identificación con todas las decisiones que involucran
renuncias.
SARA ECHEZARRETA
Una
puesta en escena ideal para aquellos que buscan ver cosas distintas sobre un
escenario, una lograda conjunción de
creatividad, imaginación y talento.
CARLOS FOLIAS
Este es un unipersonal para que el público disfrute
esa pequeña
porción de vida que la protagonista les regala. Más que resolver, siembra dudas
y el espectador se irá con más preguntas que
respuestas.
domingo, 21 de octubre de 2012
CRITICA A SALA LLENA
La apasionada actriz Marina Castillo da vida a Trinity, una muchacha
que anunció un día a su familia que no volvería a sonreír para luego
despojarse de todo lo material. Ezequiel Matzkin dirige este nuevo
unipersonal irreal desplegando todos sus dotes para el arte de la
alocución en escena; su personaje, dueña de una voz florida, establece
un dialogo impecable con el publico articulando las voces de los
diferentes personajes que atravesaron su vida: en especial su
afrancesada madre.
Castillo, única actriz y co-autora de la pieza, trabaja con un
excelente apoyo escenográfico, un marco movible que justamente trata de
contener todo lo que esta figura tiene para decir; vacía de palabras
maternales, Trinity decide cobrar venganza: aquellos objetos, los
palpables, los más fáciles, los tácitos, los que están dentro, saldrían
de su alcoba uno a uno. Y asi el público comienza a imaginar esa casona
repleta de barroco, incluyendo a una niña que ya a temprana edad
comprendió que representaba y que quería. Las interpretaciones de
Castillo son impecables: el especialista, luego devenido en padrastro,
se personifica para avisarle a su madre que Trinity está muerta en vida;
la madre, más interesada en las posesiones que en su propia familia, se
hace oír pero no llega al corazón de su hija.
El vestuario, cuidadosamente seleccionado, acompaña el manifiesto de
la niña/mujer: quien intenta (y logra) traducir su febril pensamiento,
saliendo así a la luz su deseo, lo oculto y erótico, siempre voluptuoso,
siempre atropellado. Así es Trinity, a quien la libertad le costó la
cordura, perdió a su amor y solo le queda ese cuarto, sin las rosas
azules, sin una caricia maternal.
Las Lagrimas que me Tragué, invita a reflexionar muy
por fuera del mundo material, haciendo un esfuerzo por imaginar que es
realmente necesario y que no...
El arriesgado texto es fruto del trabajo de Castillo y Matzkin, este
ultimo ya supo hacer brillar a Analia Sanchez compartiendo la autoria de
Tu Ausencia Animal, unipersonal también, donde una
mujer espera a un hombre, el único que le hizo conocer el amor (lo que
ella entiende por amor). Ambas piezas comparten la linea de la mujer
surrealista, verborragica: con una excelente articulación de los cómico y
lo dramático en escena. Sin duda la habilidad de Matskin para elaborar
imágenes intensas y colmadas de sentidos, junto con la versatilidad de
Castillo dan como resultado una pieza única e imperdible.
JULIA PANIGAZZI
sábado, 20 de octubre de 2012
miércoles, 17 de octubre de 2012
Nota en Página 12
"LAS POSECIONES SON UN LASTRE"
En la obra interpretada por Marina Castillo, el autor y director narra
la historia de una chica con una existencia claustrofóbica que descubre
que descartar los objetos significa, para ella, llegar al centro de su
propia existencia y conquistar su libertad.
Interpretada
por Marina Castillo, Las lágrimas que me tragué es una obra que instala
una pregunta difícil de responder en un mundo superpoblado de objetos
que generan dependencia: ¿qué sucedería si uno decidiera desprenderse de
todo aquello que fue acumulando durante toda la vida con la idea de
circular por los márgenes del consumo? Con humor sensible, a veces
desconcertante, el monólogo desarrolla esta hipótesis que ve
multiplicadas sus resonancias en la interpretación de la propia
Castillo. Quien dirige es Ezequiel Matzkin, también autor de la obra, el
mismo de Tu ausencia animal, unipersonal que el año pasado estuvo a
cargo de Analía Sánchez.
En Las lágrimas... (Veravera Teatro, Vera 108, sábados a las 22.30),
el personaje de Trinity hace el relato de su historia familiar poniendo
el foco en los estragos de una educación orientada a homologar el ser y
el poseer. Es por esto que la joven protagonista desea romper con la
existencia claustrofóbica a la cual la condena una madre absorbente.
Descartar los objetos (todos, los de uso corriente y también los que
representan momentos importantes en la vida) significa, para ella,
llegar al centro de su propia existencia y conquistar su libertad, tras
haberse percatado de que existía el peligro de cosificar su mundo
simbólico, sus ideas y recuerdos, su anhelos; en fin, toda su vida.
“Quiero borrar la presencia de este mundo material, físico-doloroso,
lleno de objetos que hieren –dice Trinity–, y hundirme en una geometría
ideal: en un mundo diseñado para un niño, sin ecuaciones algebraicas,
sin despedidas amorosas, sin fuerza de gravedad. Sin IVA.” El autor
también piensa en consonancia con su criatura: “La posesión de objetos y
bienes materiales media y hasta impone su sesgo en las relaciones entre
las personas”, opina Matzkin, al referirse a la dependencia que genera
el consumo, propiciada por el mercado y retroalimentada, a su vez, por
los hábitos de las personas. “¿Y si lo que se posee pasa a tener el
mismo valor que el vínculo que ese objeto representa?”, se pregunta y
arriesga una conclusión: “Entonces el amor por esos objetos puede
transformarse en orientador de la vida”.
Matzkin se reconoce aburrido de los lugares comunes en los que
suelen caer las obras que hablan de historias de familia o las que
aluden a la marginalidad. A pesar de que, en su calidad de sociólogo
habituado a trabajar con menores en situación de encierro debe sobrarle
material para elaborar ficciones. “No me interesa el teatro que va hacia
el costumbrismo –afirma–. Para mí, el teatro tiene que ser mágico,
fantástico y dotado de belleza visual.” Para el autor y director, “el
teatro off está preso de la falta de recursos económicos” y, según su
punto de vista, muchas veces adolece de carencias de tipo intelectual.
“Veo muchos planteos teóricos unidireccionales, una preferencia por lo
vacuo, lo efímero, lo espontáneo”, enumera.
–¿Por dónde empezó a escribir este monólogo?
–Partí de algunas premisas: ¿Uno es lo que tiene? ¿Uno tiene lo que
puede tener, lo que le corresponde? Y de una imagen: una persona que se
deshace de todo lo que tiene, de una forma tan violenta que resultaba
impracticable de llevar al teatro.
–¿Por qué el personaje de Trinity resuelve morir?
–Es que cuando se está tan cercado por el peso de los objetos, tarde
o temprano deviene algo fatal para el espíritu. La muerte es, para
Trinity, un motivo de liberación. Y por ese motivo, la muerte es una
situación festiva.
–¿O sea que se trata de una acumulación límite?
–Cada persona tiene lo que podríamos llamar un sistema de posesión.
Cada uno arma el suyo. Se trata de las cosas que se almacenan con “peso”
afectivo. Me parece que el capitalismo es tan penetrante que colabora
en ese armado singular del propio sistema de posesión.
–De todas formas, ¿no cree que habría que diferenciar los objetos de consumo de aquellos que representan recuerdos que uno desea guardar para siempre?
–Todos se vuelven un lastre. Para la obra elegí objetos con los
cuales todos los espectadores se identifican. Pero lo que para algunos
puede evocar un dulce recuerdo para otros puede significarles un pesar
que los reenvía a situaciones pasadas de dolores presentes. Eso es lo
que le sucede a Trinity.
–¿Qué es lo que ve más peligroso de un objeto?
–El valor que se le asigna, porque entraña el peligro de la
dependencia. Creo, además, que ése es un afecto mal dirigido, sea la
computadora, el sofá o un animal doméstico el que lo recibe.
Personalmente, me resulta insoportable la idea de transferir afecto a un
objeto.
–¿Qué pasa con los objetos que nos resultan de gran utilidad?
–Hay que diferenciar entre la utilidad que nos proporciona la
tecnología, por ejemplo, de la alienación que puede producir su uso
intensivo. Existe el riesgo de que la persona se vea absorbida al punto
de que impide en ella el desarrollo de potencialidades, de cuestiones
nucleares que hay dentro de cada uno.
Por Cecilia Hopkins
sábado, 13 de octubre de 2012
miércoles, 10 de octubre de 2012
Crítica de GEOteatral
Las
lágrimas que me tragué es un unipersonal que habla sobre la decadencia
de un ser humano a quien la sociedad consumista y portadora del “deber
ser”, le explotó por los poros de la piel.
Ella
es Trinity, mujer y niña a la vez. De chica le dijo a su madre que no
volvería a sonreír y cumplió con su promesa. Pero para sentir, no hacen
falta las risas o las lágrimas, porque las emociones están ahí, ahí
adentro, pese a que a veces inunden los cuerpos hasta hacerlos desbordar
como a ella. Un poco cínica, bordeando la razón o la locura y amante de
los extremos, demuestra que nada le importa aunque todo le importa. Su
objetivo es despojarse de todos los objetos materiales que la rodean.

Marina Castillo interpreta a Trinity y lleva el unipersonal con soltura.
No dice las palabras, pareciera que las canta, que el encadenamiento de
ellas conforman uno de esos tangos que le preguntan a la vida el por
qué del sufrimiento. Es graciosa y sorprende a un público desprevenido.
Es cierto que quizás hay recursos para hacer reír que son utilizados en
exceso, aunque quizás esto tenga que ver con la decadencia del
personaje. La puesta en escena y el vestuario ayudan a construir un
mundo que se mueve entre la tragedia y la comedia.
En Las lágrimas que me tragué Trinity nos cuenta su vida y nos invita a escucharla. Su afrancesada madre, el médico que la diagnosticó “muerta en vida” y las heridas causadas por el simple hecho de estar vivo, son parte de un mundo melancólico, depresivo y de locura, en el que ella siempre estuvo inmersa.
Este es un unipersonal para que el público disfrute esa pequeña porción de vida que la protagonista les regala. Más que resolver, siembra dudas y el espectador se irá con más preguntas que respuestas: ¿Quién es ella? ¿Qué le pasó? Las lágrimas que me tragué es inconclusa e incierta, porque Trinity lo es.
En Las lágrimas que me tragué Trinity nos cuenta su vida y nos invita a escucharla. Su afrancesada madre, el médico que la diagnosticó “muerta en vida” y las heridas causadas por el simple hecho de estar vivo, son parte de un mundo melancólico, depresivo y de locura, en el que ella siempre estuvo inmersa.
Este es un unipersonal para que el público disfrute esa pequeña porción de vida que la protagonista les regala. Más que resolver, siembra dudas y el espectador se irá con más preguntas que respuestas: ¿Quién es ella? ¿Qué le pasó? Las lágrimas que me tragué es inconclusa e incierta, porque Trinity lo es.
Bárbara Reinhold
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