domingo, 18 de noviembre de 2012

Crítica para POIESIS TEATRAL

Tras ver el espectáculo, tras vivir la función, uno sale (uno=yo) con la certeza de que ha visto un trabajo creado de a dos. [Sí, sí, el teatro siempre es trabajo en equipo y creación colectiva, sí, lo sabemos: no es eso lo que estamos diciendo acá]. Hay un encuentro, una profunda fusión entre Castillo y Matzkin. Y esa fusión hace que un universo muy singular se plasme en escena por la vía múltiple del texto, la actuación, la puesta y la dirección.

¿Cuál es ese mundo? Pregunta no tan fácil de responder. Es un mundo singular, raro, opaco, difícil de captar, lejos del mundo "real", en el borde de lo humano, más próximo al sueño/soñar. Mundo poético a medio camino entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo no-humano; mundo de objetos, mundo materia, mundo memoria... Es el mundo habitado por Trinity, por "afrancesada madre" y por "el especialista". También por un hermano. También -y sobre todo- por los objetos y su persistente presencia que lastima.

¿Quién es esa chica? ¿Está viva o está muerta? ¿Es humana o muñeca? ¿Muerta en vida? Así dice el especialista varias veces en el texto, anoticiando a la madre: Señora, señora... su hija sufre una grave enfermedad, está muerta, muerta en vida... ¿Y cómo hacer para que una muerta en vida no termine de morir, no se muera"de verdad", no se vaya de este mundo/materia? ¿Cómo anclarla con objetos, fijándola aquí, de este lado de la vida? ¿Cómo evitar que finalmente muera para al fin vivir?

Uno (uno=yo=¿el espectador?) logra reconstruir las piezas y armarse algo así como un relato, como una sinopsis de la sinopsis y puede escribir cuatro líneas en las que decir-se, en la que contar-se lo que acaba de presenciar. Y acaso ese ejercicio tranquilice nuestra tendencia, nuestra urgencia de "entender" y de nombrar. Pero eso es casi un proceso posterior a la experiencia. Vamos un paso atrás, un poco antes. A los cuarenta minutos "reales" de coexistir en el mundo de Trinity.

Las lágrimas que me tragué es un espectáculo que cuenta con un punto fuerte fundamental, con una viga maestra que sostiene la experiencia y que constituye el polo de atracción y teatralidad del mismo: la actuación/performance de Marina Castillo dirigida por Ezequiel Matzkin. Hay un trabajo de actuación minucioso y preciso, un código que se percibe -arbtrario como todo código- en el lenguaje del cuerpo, de los gestos, de los tonos. Toda una serie de recursos y posibilidades expresivas puestas en juego por la actriz y muy hábilmente conducidas por el director. La no-ilustración de la palabra con el gesto de modo de evitar subrayados, los caminos paralelos y disociados de ambos lenguajes (verbal y no-verbal), lo mecánico de ciertos gestos, el trabajo de reiteración y circularidad en texto y cuerpo, todo ello hace parte de una serie de mecanismos en los cuales se verifica que se ha trabajado e investigado de a dos y en profunda comunión y se ha producido un encuentro creativo que como resultado permitió dar a luz un universo y una propuesta estética/poética/dramática.

El espacio, la luz, la música, los objetos... arman un sistema, un verdadero dispositivo escénico, elemental, efectivo, sencillo, dinámico, bello que logra crear el marco, el espacio, la habitación, el cuatro propio para la existencia de esta mujer-niña-muñeca-ente.

El texto es complejo, áspero, muy poco transparente y "entrar" allí no es tarea fácil. No es -opino- críptico ni arbitrario, pero tiene momentos donde el lenguaje trabaja tanto sobre sí mismo, fuera de toda función referencial y más cargado en la función poética-sonora, rítmica que corre el reisgo de expulsar, de volverse refractario a los posibles deseos de "claridad". Momentos donde lo que parece primar es una "lógica" de texto surrealista (y en los cuales la actuación va, en paralelo, construyendo su propio lenguaje surrealista -no es la palabra más feliz para nombrarlo, lo reconozco- muy eficazmente). Otros momentos son como una especie de "soga" tirada a tiempo para que el espectador no desepere ni se rinda y pueda construir el mundo de esta mujer y entender la historia de ella y su afrancesada madre y su espacialista/padrastro y la decadencia de una familia de estancieros/tamberos devenidos en des(h)echos de la nada, en objetos arrumbados, en colección de recuerdos descascarados, en palabras que no logran siquiera pronunciarse del modo adecuado.
Las lágrimas que me tragué pide un espectador atento, creativo, espectante, que quiera experimentar un momento fuera del orden de lo real y lo cotidiano y sumergirse en una teatralidad poética, surrealista, potente, construida con talento y asentada principalmente en el diseño adecuado del espacio escénico y en el trabajo de constrrucción poética que una actriz plena de recursos logra desplegar a partir del trabajo de un director sensible a la tarea creativa de la actuación.

Última función este sábado a las 22.30 en Vera Vera. Se merece despedida a sala llena de esta temporada 2012. Para los que buscan teatro fuera de lo más transitado o más convencional, de actuación potente y mundo poético, recomiendo reservar entradas y ir al encuentro de Trinity, la mujer-niña-muñeca, la muerta en vida, la atrincherada mujer que resiste el embate del mundo material y que quiere vivir y que quiere una vez, en el minuto final, no tragarse la lágrimas sino compartirlas a modo de despedida. 

Christian Lange POIESIS TEATRAL

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