martes, 30 de octubre de 2012

“Es una obra poética y con un humor sensible”

MARINA CASTILLO, ACTRIZ

 

–¿Cómo surgió la creación de tu personaje?
–El personaje salió a partir de la idea que tuvimos con Ezequiel Matzkin, el director y coautor de la obra, de una persona que está muerta en vida y necesita imperiosamente cambiar esto. Es por eso que se viste de fiesta para su funeral, es verborrágica y melancólica a la vez, por la ansiedad que tiene de transformar su existencia.

–¿Cuál es la modalidad de trabajo que utilizás?

–En principio, mis personajes siempre se van armando desde lo estético, cómo se viste, cómo habla, cómo camina, cómo se llama, etc., y a partir de ahí recién empiezo a pensar la historia del mismo.

–¿Cómo recibe la obra el público?

–El público la recibe muy bien, el principio es medio raro pero poco a poco se va develando de qué va. Es poética y con un humor sensible, eso gusta en general.

–¿Cuál es tu próximo proyecto?

–Me acaban de confirmar que estaré en Ley primera próxima, película de Diego Rafecas. Por otro lado, en proceso de creación de otra obra que estoy escribiendo y ensayando a la vez con una gran actriz que es Carolina Molini. Y presentando un espectáculo de humor que se llama Primero calmate. Además de continuar con Las lágrimas que me tragué. 

viernes, 26 de octubre de 2012

CRITICAS


El arriesgado texto da como resultado una pieza única e imperdible.
 JULIA PANIGAZZI

Con humor sensible, a veces desconcertante, las lágrimas que me tragué es una obra que instala una pregunta difícil de responder en un mundo superpoblado de objetos que generan dependencia.
CECILIA HOPKINS

Una propuesta absolutamente fantástica y onírica.
ARTURO LODETTI

Este personaje interpretado con mucho humor y gran riqueza expresiva por Marina Catillo, va generando identificación con todas las decisiones que involucran renuncias.
SARA ECHEZARRETA 

Una puesta en escena ideal para aquellos que buscan ver cosas distintas sobre un escenario, una lograda conjunción de creatividad, imaginación y talento. 
CARLOS FOLIAS
 
Este es un unipersonal para que el público disfrute esa pequeña porción de vida que la protagonista les regala. Más que resolver, siembra dudas y el espectador se irá con más preguntas que respuestas.
BÁRBARA REINHOLD

domingo, 21 de octubre de 2012

CRITICA A SALA LLENA

La apasionada actriz Marina Castillo da vida a Trinity, una muchacha que anunció un día a su familia que no volvería a sonreír para luego despojarse de todo lo material. Ezequiel Matzkin dirige este nuevo unipersonal irreal desplegando todos sus dotes para el arte de la alocución en escena; su personaje, dueña de una voz florida, establece un dialogo impecable con el publico articulando las voces de los diferentes personajes que atravesaron su vida: en especial su afrancesada madre.
Castillo, única actriz y co-autora de la pieza, trabaja con un excelente apoyo escenográfico, un marco movible que justamente trata de contener todo lo que esta figura tiene para decir; vacía de palabras maternales, Trinity decide cobrar venganza: aquellos objetos, los palpables, los más fáciles, los tácitos, los que están dentro, saldrían de su alcoba uno a uno. Y asi el público comienza a imaginar esa casona repleta de barroco, incluyendo a una niña que ya a temprana edad comprendió que representaba y que quería. Las interpretaciones de Castillo son impecables: el especialista, luego devenido en padrastro, se personifica para avisarle a su madre que Trinity está muerta en vida; la madre, más interesada en las posesiones que en su propia familia, se hace oír pero no llega al corazón de su hija.

El vestuario, cuidadosamente seleccionado, acompaña el manifiesto de la niña/mujer: quien intenta (y logra) traducir su febril pensamiento, saliendo así a la luz su deseo, lo oculto y erótico, siempre voluptuoso, siempre atropellado. Así es Trinity, a quien la  libertad le costó la cordura, perdió a su amor y solo le queda ese cuarto, sin las rosas azules, sin una caricia maternal.
Las Lagrimas que me Tragué, invita a reflexionar muy por fuera del mundo material, haciendo un esfuerzo por imaginar que es realmente necesario y que no...
El arriesgado texto es fruto del trabajo de Castillo y Matzkin, este ultimo ya supo hacer brillar a Analia Sanchez compartiendo la autoria de Tu Ausencia Animal, unipersonal también, donde una mujer espera a un hombre, el único que le hizo conocer el amor (lo que ella entiende por amor). Ambas piezas comparten la linea de la mujer surrealista, verborragica: con una excelente articulación de los cómico y lo dramático en escena. Sin duda la habilidad de Matskin para elaborar imágenes intensas y colmadas de sentidos, junto con la versatilidad de Castillo dan como resultado una pieza única e imperdible.

JULIA PANIGAZZI

miércoles, 17 de octubre de 2012

Nota en Página 12

"LAS POSECIONES SON UN LASTRE"

En la obra interpretada por Marina Castillo, el autor y director narra la historia de una chica con una existencia claustrofóbica que descubre que descartar los objetos significa, para ella, llegar al centro de su propia existencia y conquistar su libertad.
Interpretada por Marina Castillo, Las lágrimas que me tragué es una obra que instala una pregunta difícil de responder en un mundo superpoblado de objetos que generan dependencia: ¿qué sucedería si uno decidiera desprenderse de todo aquello que fue acumulando durante toda la vida con la idea de circular por los márgenes del consumo? Con humor sensible, a veces desconcertante, el monólogo desarrolla esta hipótesis que ve multiplicadas sus resonancias en la interpretación de la propia Castillo. Quien dirige es Ezequiel Matzkin, también autor de la obra, el mismo de Tu ausencia animal, unipersonal que el año pasado estuvo a cargo de Analía Sánchez.
En Las lágrimas... (Veravera Teatro, Vera 108, sábados a las 22.30), el personaje de Trinity hace el relato de su historia familiar poniendo el foco en los estragos de una educación orientada a homologar el ser y el poseer. Es por esto que la joven protagonista desea romper con la existencia claustrofóbica a la cual la condena una madre absorbente. Descartar los objetos (todos, los de uso corriente y también los que representan momentos importantes en la vida) significa, para ella, llegar al centro de su propia existencia y conquistar su libertad, tras haberse percatado de que existía el peligro de cosificar su mundo simbólico, sus ideas y recuerdos, su anhelos; en fin, toda su vida.
“Quiero borrar la presencia de este mundo material, físico-doloroso, lleno de objetos que hieren –dice Trinity–, y hundirme en una geometría ideal: en un mundo diseñado para un niño, sin ecuaciones algebraicas, sin despedidas amorosas, sin fuerza de gravedad. Sin IVA.” El autor también piensa en consonancia con su criatura: “La posesión de objetos y bienes materiales media y hasta impone su sesgo en las relaciones entre las personas”, opina Matzkin, al referirse a la dependencia que genera el consumo, propiciada por el mercado y retroalimentada, a su vez, por los hábitos de las personas. “¿Y si lo que se posee pasa a tener el mismo valor que el vínculo que ese objeto representa?”, se pregunta y arriesga una conclusión: “Entonces el amor por esos objetos puede transformarse en orientador de la vida”.
Matzkin se reconoce aburrido de los lugares comunes en los que suelen caer las obras que hablan de historias de familia o las que aluden a la marginalidad. A pesar de que, en su calidad de sociólogo habituado a trabajar con menores en situación de encierro debe sobrarle material para elaborar ficciones. “No me interesa el teatro que va hacia el costumbrismo –afirma–. Para mí, el teatro tiene que ser mágico, fantástico y dotado de belleza visual.” Para el autor y director, “el teatro off está preso de la falta de recursos económicos” y, según su punto de vista, muchas veces adolece de carencias de tipo intelectual. “Veo muchos planteos teóricos unidireccionales, una preferencia por lo vacuo, lo efímero, lo espontáneo”, enumera.

–¿Por dónde empezó a escribir este monólogo?

–Partí de algunas premisas: ¿Uno es lo que tiene? ¿Uno tiene lo que puede tener, lo que le corresponde? Y de una imagen: una persona que se deshace de todo lo que tiene, de una forma tan violenta que resultaba impracticable de llevar al teatro.

–¿Por qué el personaje de Trinity resuelve morir?

–Es que cuando se está tan cercado por el peso de los objetos, tarde o temprano deviene algo fatal para el espíritu. La muerte es, para Trinity, un motivo de liberación. Y por ese motivo, la muerte es una situación festiva.

–¿O sea que se trata de una acumulación límite?

–Cada persona tiene lo que podríamos llamar un sistema de posesión. Cada uno arma el suyo. Se trata de las cosas que se almacenan con “peso” afectivo. Me parece que el capitalismo es tan penetrante que colabora en ese armado singular del propio sistema de posesión.

–De todas formas, ¿no cree que habría que diferenciar los objetos de consumo de aquellos que representan recuerdos que uno desea guardar para siempre?

–Todos se vuelven un lastre. Para la obra elegí objetos con los cuales todos los espectadores se identifican. Pero lo que para algunos puede evocar un dulce recuerdo para otros puede significarles un pesar que los reenvía a situaciones pasadas de dolores presentes. Eso es lo que le sucede a Trinity.

–¿Qué es lo que ve más peligroso de un objeto?

–El valor que se le asigna, porque entraña el peligro de la dependencia. Creo, además, que ése es un afecto mal dirigido, sea la computadora, el sofá o un animal doméstico el que lo recibe. Personalmente, me resulta insoportable la idea de transferir afecto a un objeto.

–¿Qué pasa con los objetos que nos resultan de gran utilidad?

–Hay que diferenciar entre la utilidad que nos proporciona la tecnología, por ejemplo, de la alienación que puede producir su uso intensivo. Existe el riesgo de que la persona se vea absorbida al punto de que impide en ella el desarrollo de potencialidades, de cuestiones nucleares que hay dentro de cada uno.
Por Cecilia Hopkins

miércoles, 10 de octubre de 2012

Crítica de GEOteatral

Las lágrimas que me tragué es un unipersonal que habla sobre la decadencia de un ser humano a quien la sociedad consumista y portadora del “deber ser”, le explotó por los poros de la piel.
Ella es Trinity, mujer y niña a la vez. De chica le dijo a su madre que no volvería a sonreír y cumplió con su promesa. Pero para sentir, no hacen falta las risas o las lágrimas, porque las emociones están ahí, ahí adentro, pese a que a veces inunden los cuerpos hasta hacerlos desbordar como a ella. Un poco cínica, bordeando la razón o la locura y amante de los extremos, demuestra que nada le importa aunque todo le importa. Su objetivo es despojarse de todos los objetos materiales que la rodean.
Marina Castillo interpreta a Trinity y lleva el unipersonal con soltura. No dice las palabras, pareciera que las canta, que el encadenamiento de ellas conforman uno de esos tangos que le preguntan a la vida el por qué del sufrimiento. Es graciosa y sorprende a un público desprevenido. Es cierto que quizás hay recursos para hacer reír que son utilizados en exceso, aunque quizás esto tenga que ver con la decadencia del personaje. La puesta en escena y el vestuario ayudan a construir un mundo que se mueve entre la tragedia y la comedia.
En
 Las lágrimas que me tragué Trinity nos cuenta su vida y nos invita a escucharla. Su afrancesada madre, el médico que la diagnosticó “muerta en vida” y las heridas causadas por el simple hecho de estar vivo, son parte de un mundo melancólico, depresivo y de locura, en el que ella siempre estuvo inmersa.

Este es un unipersonal para que el público disfrute esa
 pequeña porción de vida que la protagonista les regala. Más que resolver, siembra dudas y el espectador se irá con más preguntas que respuestas: ¿Quién es ella? ¿Qué le pasó? Las lágrimas que me tragué es inconclusa e incierta, porque Trinity lo es.
Bárbara Reinhold
barbara@geoteatral.com.ar

viernes, 5 de octubre de 2012

Este Domingo en Los Dados Sumaron Siete

EN WWW.ARINFO.COM.AR A LAS 21 HS: Historias de Vida de Gente Común y Madre Tierra Resiste. El radioteatro de "Doña Valentina" se afianza con mayor identidad. El Cénit se ilumina con la presencia del director teatral Ezequiel Matzkin que nos viene a presentar su flamante creación, Las lágrimas que me tragué. Indagamos el mundo poético de Sylvia Plath. Cada programa tendrá música en vivo, esta vez Cristian Rivas nos canta a su manera. Seguimos agitando el cubilete y sorteando entradas para los mejores espectáculos.
 Conducción: Facundo Verna y Charly Zárate.
PODES OIR LA ENTREVISTA EN http://www.arinfo.com.ar/notix/noticia/01721_desde-este-domingo-los-dados-sumaron-siete-arranca-su-nuevo-horario-de-21-a-23hs-.htm

lunes, 1 de octubre de 2012

Crítica de LEEDOR.COM

Marina Castillo dirigida por Ezequiel Matzkin, es un unipersonal que se autodenomina surrealista, encarna a Trinity, una niña que declara haberle anunciado a su madre: ¨No volveré a sonreir¨.
Este personaje interpretado con mucho humor y gran riqueza expresiva, va generando identificación con todas las decisiones que involucran renuncias, a la vez que se permite ir y volver de la locura con total libertad.
Una niña/adulta anulada por su madre, encerrada en un cuarto con objetos que la obsesionan, decide desprenderse de cada uno de ellos ¨sin derramar lágrima alguna¨.
Trinity quiere quitarse las ataduras que la angustian, y la forma que encuentra es renunciando a lo material, pero tambien a su universo y a su sonrisa.
La puesta de Ezequiel Matzkin está resuelta con mínimos aunque barrocos elementos que conforman el universo de Trinity y su poética soledad.
Vuelve a aparecer aquí la mujer sola de la obra anterior de Matzkin -Tu ausencia animal- esa soledad abrumadora, otra mujer sobreadaptada a la dureza extrema del entorno. La diferencia entre la soledad de la mujer pseudo ermitaña en compañía de su perra y su gallina en Tu ausencia animal, y la de Trinity en su habitación es que, la primera, espera eternamente el afecto que cree recordar, en cambio esta niña/mujer con diagnóstico surrealista, deja repentinamente de esperar. Y esa es su declaración. Esa gran renuncia la libera y la condena a la vez: ¨No volveré a sonreir¨.

Sara Echezarreta