Tras ver el espectáculo, tras vivir
la función, uno sale (uno=yo) con la certeza de que ha visto un trabajo
creado de a dos. [Sí, sí, el teatro siempre es trabajo en equipo y
creación colectiva, sí, lo sabemos: no es eso lo que estamos diciendo
acá]. Hay un encuentro, una profunda fusión entre Castillo y Matzkin.
Y esa fusión hace que un universo muy singular se plasme en escena por
la vía múltiple del texto, la actuación, la puesta y la dirección.
¿Cuál es ese mundo? Pregunta no tan fácil de responder. Es
un mundo singular, raro, opaco, difícil de captar, lejos del mundo
"real", en el borde de lo humano, más próximo al sueño/soñar. Mundo
poético a medio camino entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo
no-humano; mundo de objetos, mundo materia, mundo memoria... Es el mundo
habitado por Trinity, por "afrancesada madre" y por "el
especialista". También por un hermano. También -y sobre todo- por los
objetos y su persistente presencia que lastima.
¿Quién es esa chica? ¿Está viva o está muerta? ¿Es humana o
muñeca? ¿Muerta en vida? Así dice el especialista varias veces en el
texto, anoticiando a la madre: Señora, señora... su hija sufre una grave enfermedad, está muerta, muerta en vida... ¿Y
cómo hacer para que una muerta en vida no termine de morir, no se
muera"de verdad", no se vaya de este mundo/materia? ¿Cómo anclarla con
objetos, fijándola aquí, de este lado de la vida? ¿Cómo evitar que
finalmente muera para al fin vivir?
Uno (uno=yo=¿el espectador?) logra reconstruir las piezas y armarse
algo así como un relato, como una sinopsis de la sinopsis y puede
escribir cuatro líneas en las que decir-se, en la que contar-se lo que
acaba de presenciar. Y acaso ese ejercicio tranquilice nuestra
tendencia, nuestra urgencia de "entender" y de nombrar. Pero eso es casi
un proceso posterior a la experiencia. Vamos un paso atrás, un poco
antes. A los cuarenta minutos "reales" de coexistir en el mundo de Trinity.
Las lágrimas que me tragué es un espectáculo que cuenta con
un punto fuerte fundamental, con una viga maestra que sostiene la
experiencia y que constituye el polo de atracción y teatralidad del
mismo: la actuación/performance de Marina Castillo dirigida por Ezequiel Matzkin.
Hay un trabajo de actuación minucioso y preciso, un código que se
percibe -arbtrario como todo código- en el lenguaje del cuerpo, de los
gestos, de los tonos. Toda una serie de recursos y posibilidades
expresivas puestas en juego por la actriz y muy hábilmente conducidas
por el director. La no-ilustración de la palabra con el gesto de modo de
evitar subrayados, los caminos paralelos y disociados de ambos
lenguajes (verbal y no-verbal), lo mecánico de ciertos gestos, el
trabajo de reiteración y circularidad en texto y cuerpo, todo ello hace
parte de una serie de mecanismos en los cuales se verifica que se ha
trabajado e investigado de a dos y en profunda comunión y se ha
producido un encuentro creativo que como resultado permitió dar a luz un
universo y una propuesta estética/poética/dramática.
El espacio, la luz, la música, los objetos... arman un sistema, un
verdadero dispositivo escénico, elemental, efectivo, sencillo, dinámico,
bello que logra crear el marco, el espacio, la habitación, el cuatro
propio para la existencia de esta mujer-niña-muñeca-ente.
El texto es complejo, áspero, muy poco transparente y "entrar" allí
no es tarea fácil. No es -opino- críptico ni arbitrario, pero tiene
momentos donde el lenguaje trabaja tanto sobre sí mismo, fuera de toda
función referencial y más cargado en la función poética-sonora, rítmica
que corre el reisgo de expulsar, de volverse refractario a los posibles
deseos de "claridad". Momentos donde lo que parece primar es una
"lógica" de texto surrealista (y en los cuales la actuación va, en
paralelo, construyendo su propio lenguaje surrealista -no es la palabra
más feliz para nombrarlo, lo reconozco- muy eficazmente). Otros momentos
son como una especie de "soga" tirada a tiempo para que el espectador
no desepere ni se rinda y pueda construir el mundo de esta mujer y
entender la historia de ella y su afrancesada madre y su
espacialista/padrastro y la decadencia de una familia de
estancieros/tamberos devenidos en des(h)echos de la nada, en objetos
arrumbados, en colección de recuerdos descascarados, en palabras que no
logran siquiera pronunciarse del modo adecuado.
Las lágrimas que me tragué pide un espectador atento,
creativo, espectante, que quiera experimentar un momento fuera del orden
de lo real y lo cotidiano y sumergirse en una teatralidad poética,
surrealista, potente, construida con talento y asentada principalmente
en el diseño adecuado del espacio escénico y en el trabajo de
constrrucción poética que una actriz plena de recursos logra desplegar a
partir del trabajo de un director sensible a la tarea creativa de la
actuación.
Última función este sábado a las 22.30 en Vera Vera.
Se merece despedida a sala llena de esta temporada 2012. Para los que
buscan teatro fuera de lo más transitado o más convencional, de
actuación potente y mundo poético, recomiendo reservar entradas y ir al
encuentro de Trinity, la mujer-niña-muñeca, la muerta en vida,
la atrincherada mujer que resiste el embate del mundo material y que
quiere vivir y que quiere una vez, en el minuto final, no tragarse la
lágrimas sino compartirlas a modo de despedida.
Christian Lange
POIESIS TEATRAL