La actuación de Marina Castillo y la dirección
de Ezequiel Matzkin logran un espectáculo en donde la imaginación y la
creatividad marcan la diferencia.
En lo cotidiano, para muchos, la obsesión por el “tener” deviene en una
carrera interminable para vencer la angustia de la existencia. Pero las
posesiones y la lucha por conservarlas, lejos de calmar la ansiedad
parecen contribuir a todo lo contrario.
No sabemos si influenciada por las antiguas o modernas enseñanzas de
los filósofos acerca del "ser" o el "tener" o simplemente por las
consecuencias de vivir su infancia junto a su “afrancesada” madre, lo
cierto es que Trinity un día decide dejar de sonreír y terminar con los
objetos que la atan a un mundo de pertenencias que la obsesiona.
En poco menos de 40’ que dura la obra, Marina Castillo
despliega toda la magia de su personalidad otorgándole un sello propio y
particular a este unipersonal surrealista. Su natural predisposición
para la comicidad se ve enriquecida por sutiles toques dramáticos. El
texto de por sí atrapante se mixtura en una estética que conmueve por el
uso creativo de palabras, objetos e imágenes corporales.
Ezequiel Matzkin (Tu ausencia animal), coautor junto a Marina de Las lágrimas que me tragué, contribuye además como director a establecer un juego teatral sumamente creativo potenciando las cualidades de una actriz de gran presencia escénica. Lo de ella es el quiebre de la interpretación fácil, es la palabra o el gesto disruptivo que modifica y enriquece el sentido esperado sorprendiendo al espectador.
Ezequiel Matzkin (Tu ausencia animal), coautor junto a Marina de Las lágrimas que me tragué, contribuye además como director a establecer un juego teatral sumamente creativo potenciando las cualidades de una actriz de gran presencia escénica. Lo de ella es el quiebre de la interpretación fácil, es la palabra o el gesto disruptivo que modifica y enriquece el sentido esperado sorprendiendo al espectador.
“Un día siendo tan solo una niña, Trinity, decidió dejar de sonreír. Le informó a su afrancesada Madre: “No volveré a sonreír”. A partir de allí, todo fue desprendimiento para ella. “Muerte en vida” sentenció el especialista.”
El personaje, se encuentra enmarcado en un dispositivo escénico muy
bien logrado que lo contiene y lo limita pero a la vez le permite
transitar el escenario, contactar con objetos que lo rodean y establecer
un contacto directo con el público.
“Una vida de objetos no es moco de pavo. Deshacerse de esta vida material, aún menos. ¿Por dónde comenzar?...”
Una puesta en escena ideal para aquellos que buscan ver cosas distintas
sobre un escenario. Acá no encontrarán una voluminosa escenografía ni
el despliegue grandilocuente de efectos especiales pero tampoco el
minimalismo de lo simple o esencial. Acá habrá redundancia de sentidos a
partir de la palabra, los objetos, la iluminación, los sonidos y el
vestuario en una lograda conjunción de creatividad, imaginación y
talento.
Por Carlos Folias (Puesta en Escena)